Cualquier cosa me avisa



Dr. Ricardo Ricci


Hoy copio un ensayo muy interesante relacionado a mi trabajo, y a lo que se olvida en muchas ocasiones, la relación médico paciente.

"Tras unos años de profesión se pierden el entusiasmo del principio, el afán de servicio, y la vocación por el consuelo". Conmovedora reflexión del Dr. Ricardo Ricci.


Por Dr. Ricardo Ricci

Es muy frecuente que los médicos no encuentren recursos propios para ayudar a sus semejantes, es usual que tras unos
años de profesión hayan perdido el entusiasmo del principio, el afán de servicio, y la vocación por el consuelo. Buscando y
rebuscando en sus almas no encuentran más que una oquedad de sentido, un lugar vacío y frio, del que no surge la
asistencia que de ellos, esperan sus pacientes. Es moneda de todos los días, bajo el régimen del sistema de salud actual,
ver a los médicos descompensados, somnolientos, quebrados. La sobresaturación de trabajo tiene mil motivos diferentes, uno de
ellos, quizás el que más molesta, es el menosprecio de la profesión médica por parte de las gerenciadoras de salud que,
administradas en general por profesionales ajenos a la medicina, no alcanzan a sopesar adecuadamente la misión que algunos
médicos, los de verdad, desean alcanzar.
La famosa relación costo – beneficio, obliga a que en un tiempo demasiado acotado, los médicos deban atender a cantidades de
pacientes, boicoteando ellos mismos la relación médico – paciente (RMP). Una buena RMP es una aspiración genuina, y un derecho
humano de los pacientes que se sienten distinguidos, individualizados, y nominados por ella, que sienten la contención por parte del
médico. Asimismo es cierto que una buena RMP es esencial para el desempeño del médico que encuentra en ella una gratificación
permanente por ver realizada su vocación, en la interacción diaria con sus pacientes tiene oportunidad de evaluar los resultados de su
trabajo, y de efectuar, mediante una reflexión autocrítica, la sintonía fina de su accionar. La optimización del vínculo fugaz, y la vez
histórico entre el médico y su paciente es la forma más directa y eficaz de promover al médico y asegurarle al paciente un tratamiento
digno de la persona humana. La instancia interactiva patentizada en la consulta, es el medio ambiente coloquial y conductual
saludable para el paciente y para el médico y debe ser salvaguardado a todo costo.
Algunos autores sostienen, creo que con toda razón, que para exponerse a ayudar a alguien primero el médico debe encontrarse en
un estado de compensación con él mismo. Este estado de compensación incluye todas las variantes bio – psico – sociales y
espirituales inherentes a la persona del profesional de la salud. Según ellos la eficacia terapéutica se basa en la posibilidad de
ofrecerle al paciente un marco de serenidad generado por el estado de paz y de disposición asistencial y cooperativa del médico. Me
parece que la opinión de estos autores, provenientes del ámbito de la psiquiatría, es de un acierto absoluto, es el ideal. Sin embargo,
lo sabemos, “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Las cosas no se dan de ese modo en la generalidad de los casos.
Sin insistir en las condiciones socioeconómicas en las que se desarrolla la actividad del médico, deseo expresar que el estado soñado
de compensación previa al momento de la consulta es una perla en un océano de inestabilidad, de incertidumbre, de necesidad y de
soledad por parte de aquellos que se proponen asistentes de sus prójimos. Es posible que en ese estado no puedan hacer todo el
bien que podrían, pero no me cabe duda de que hacen el bien que pueden y ayudan al otro en la medida exacta de sus potencias
actuales. Los estados que condicionan al médico van desde su particular modo de disponerse a relacionarse con los otros, hasta su
manera particular de ser y estar en el mundo. Quizás deberíamos preocuparnos primero y más profundamente por el ‘ser’ médicos,
que por ‘hacer’ de médicos. Entre el ser y el hacer hay una relación de retroalimentación innegable, los seres humanos podemos
acceder, en nuestra intimidad, a hacernos conscientes de lo que nos pasa al respecto, y efectuar los retoques que sean necesarios
para nuestro desempeño saludable en interacciones saneadas.
He conocido médicos de una parquedad digna de un guardia del palacio de Buckingham, a los que no se les mueve un músculo de la
cara en su interacción con el paciente, y sin embargo son generadores de diagnósticos acertados e impecables. He conocido
charlatanes diletantes, que en el medio del error y del engaño hacen bien a algunos de sus seguidores. He conocido maestros
absolutamente intratables, y otros que enseñan con su sola presencia y testimonio, en medio de una sencillez y austeridad
encomiable. He conocido médicos que conocen exactamente los pormenores y la letra pequeña de la organización de los sistemas de
salud, y otros a los que el sistema de salud los tiene sin cuidado pues ellos mismos han construido un microambiente que les permite
sobrevivir ejerciendo la medicina y ayudando al prójimo. Conozco médicos con las paredes llenas de títulos y postgrados, cursos,
jornadas, simposios y congresos, que a la hora de asistir al paciente, carecen totalmente de carisma y compasión. También existen los
que en un consultorio de barrio apenas cuelgan una fotocopia de su título y la gente los venera como a un padre.
Hay de todo como en botica. Lo bueno, lo malo y lo feo. De toda esa variedad de especimenes de la profesión médica, entre los
cuales naturalmente me encuentro; el otro, el paciente, logra hallar aquel que considera capaz de ayudarlo en alguna contingencia de
su vida. Es posible que se logre definir y delinear teóricamente un modo óptimo de interacción para ayudar al paciente. Creo, sin
embargo que las recetas, los protocolos, los manuales de procedimientos, en este caso en particular, tienen un valor relativo. Estamos
nuevamente ante la cuestión de ser o no ser. Para no sonar tan obviamente shackesperiano, en la cuestión de "ser" médicos, y
"hacer" las cosas que hacen los médicos. Cada uno de nosotros puede ir haciendo una corrección en ese diálogo ser – hacer, para
producir discursos genuinos y conductas personales lo suficientemente flexibles y efectivas, para ser volcadas en las interacciones
con los pacientes. Sin esta esperanza el presente trabajo carecería por completo de valor.
Aún así podemos aseverar que en el laberinto achaparrado de la RMP hay lugar para todos. Esto no debe ser interpretado como una
apología del relativismo, del “todo vale”; sino que simplemente intenta describir una realidad incontrovertible que, puede ser mejorada
y mucho, atendiendo a criterios reflexivos y pedagógicos de optimización en competencias relacionadas directa o indirectamente con la
RMP.
En esa variedad propia del quehacer de los médicos, habitualmente se encuentra solapado, puesto a un costado, menospreciado el
dolor del propio médico, el callado lamento de su soledad. Dicen que no se puede dar lo que no se tiene, ¿será verdad? Estoy
convencido de que en líneas generales es así, mas he visto dar ánimos a sus pacientes a colegas que estaban al borde de su propio
colapso. He sido testigo de la actuación de médicos acuciados por sus por sus propios miedos dar aliento, proponer conductas y
medicar a pacientes acertadamente a pacientes portadores de estados de pánico. He visto a médicos con varios by pass en sus
coronarias, tratar a pacientes que presentaban cardiopatías de diversa índole y de diversa gravedad de manera firme, acertada y
segura. Es posible que uno no sepa de donde salen las fuerzas para ofrecer lo que no se tiene o lo que no se sabe que se tiene, pero
cuando la vocación actúa como un imperativo, lo que no se tiene, se da. Quizás lo que decimos dar, no sea más que un devolver al
paciente, de manera ordenada, lo que surge del encuentro humano de la interacción médico – paciente.
He tenido oportunidad de atender a pacientes estando yo mismo al borde del desgarro interno, poniendo en un segundo plano el
propio dolor. Recuerdo una vez que iba a ver un paciente mientras lloraba solo en el auto, había sufrido una pérdida familiar
irreparable, me temblaban las manos y mi cuerpo tiritaba. La paciente era una señora de 75 años que permanecía desde hace tiempo
postrada en su cama a raíz de un EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica). Su patología se había regagudizado, las
sibilancias se escuchaban desde la puerta de su dormitorio. La consulta se desarrolló dentro de los márgenes habituales y al
despedirme la señora me espetó: “gracias por darme ánimos, ahora me quedo un poco más tranquila”. Y de nuevo a llorar en el auto.
La mía es una anécdota sentida pues me recuerda mi propio estado en ese momento, sin embargo he visto a algunos de mis colegas
desarrollar hazañas en medio de su propia penuria.
“El médico siempre debe estar dispuesto”. Es una máxima demasiado exigente a la que algunos médicos hacemos caso cayendo
presas de nuestra propia e ilusoria omnipotencia. Nuestra vida recorre esos carriles con cierta frecuencia. Ni el médico es
omnipotente, ni debe estar siempre dispuesto. Pero... ¿No es tranquilizador para algún paciente anónimo que vive su enfermedad en
la que el tiempo no pasa, en la que el dolor mengua su persona hasta casi anonadarla, tener en el puño de su mano el número de
teléfono de alguien que se propone como siempre disponible a correr en su ayuda?
Cuando alguien se retira del consultorio llevando en su mano la receta para tratar la angina de su niño y que prevé una noche de
fiebres y baños templados, y escucha de su médico las palabras: “Cualquier cosa me llama, sea la hora que sea”. Necesariamente se
produce el alivio, ya la fiebre no será la misma fiebre, ni el desvelo el mismo desvelo.
Lo escrito suena al más recalcitrante romanticismo, y ciertamente lo es. Juzgo que no está de más dar una pincelada épica a tanta
cotidianeidad rutinaria. Es cierto también, que los médicos no siempre estamos dispuestos a escuchar las penas ajenas, nos basta con
las propias. Aún así, y quizás por esa misma causa la jerarquía del servicio prestado, no siempre el óptimo, es agradecido por el
paciente en grado sumo. La comunidad médico - paciente se edifica más solidamente en la realidad de que el dolor no es tu dolor, es
nuestro dolor, tu necesidad no es tu necesidad, es la nuestra. El paciente percibe este matiz, y la labor del médico se ve sostenida, y
engrandecida con la colaboración incondicionada del paciente perspicaz.
*IntraMed agradece al Dr. Ricardo Ricci la generosidad de compartir su texto con nuestros lectores.

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